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miércoles, 9 de marzo de 2011

Montañeses


Cuando Jesús subió al monte, dejó atrás las multitudes. «Viendo la multitud, [Jesús] subió al monte; y sentándose, vinieron a Él Sus discípulos» (Mateo 5:1). Los picos de las montañas nunca son muy concurridos. ¿Por qué? Porque cuesta mucho esfuerzo llegar allí. No hay mucha gente a la que le guste escalar. En la cumbre hay más luz. Mucho después que ha anochecido en el valle, desde los cerros todavía se ve el sol. El valle casi siempre está en sombras, lleno de gente y de cosas, pero normalmente oscuro. En las alturas hace frío y viento, ¡pero es emocionante! ¡Para trepar una montaña hay que tener la convicción de que realmente vale la pena arriesgar la vida por ello! Cualquier montaña... la montaña de esta vida, la montaña de los triunfos, la montaña de los obstáculos, de las dificultades... Antes de empezar el ascenso hay que tener la sensación de que vale la pena morir por ello y arrostrar el viento, el frío y las tormentas, que representan las adversidades. Los únicos que escalan montañas son los pioneros, los que quieren hacer algo que nadie ha logrado nunca, los que desean sobresalir de la multitud, superar lo ya realizado. Los pioneros deben tener horizontes, para ver lo que nadie más ve; fe, para creer lo que nadie más cree; iniciativa, para ser los primeros en intentarlo; y valor, ¡agallas para luchar hasta conseguirlo! En la montaña da la impresión de que se vive en la eternidad, mientras que abajo viven en el tiempo. Allí en la cima se ve el mundo con la debida perspectiva, cadenas de cumbres que conquistar, ¡todo un mundo que se extiende más allá del horizonte del hombre corriente, que desde su perspectiva no alcanza a ver! ¡Se divisan picos que aún no han sido escalados y lejanos valles inexplorados! Se aprecian cosas que los habitantes de los valles no ven nunca y que ni siquiera comprenden. En el valle, uno se enreda con la multitud, la farsa y el materialismo y no ve nada más que el tiempo, creaciones del tiempo y cosas temporales, las cuales pronto pasarán. Pero si levanta la cabeza por encima de los que lo rodean, uno mismo se convierte en un monte en medio de ellos. Los del montón se resienten contra uno, lo resisten y lo combaten, porque no lo entienden ni lo aceptan. ¡No quieren ni saber que existen montes! ¡No quieren que otras personas se enteren de que hay montañas, ni que respiren siquiera por un instante el aire puro del monte cristalino! Las quieren mantener encerradas, empantanadas en el fango de los valles. No quieren que se sepa que existe otro lugar y que se puede salir del valle. Harán todo lo posible por disuadirlo a uno de subir. En el valle domina el hombre. En la montaña sólo Dios domina, y los hombres que viven allí lo saben. Por el contrario, los que viven en los valles se creen dioses, porque se gobiernan a sí mismos. Los habitantes de los valles se encuentran protegidos y seguros, y creen que no tienen necesidad de Dios. Como ya no pueden ver el cielo se han olvidado de que existe Dios. Los caminos trillados son para hombres vencidos, pero las cumbres para los pioneros valientes. ¿Qué se oye en la montaña? ¡Cosas que harán eco en todo el mundo! ¿Qué se percibe en la quietud? ¡Susurros que alterarán el curso de la historia! Las leyes más relevantes que ha recibido la humanidad, por las cuales se rige aún la mayoría del mundo civilizado, fueron entregadas a un hombre que se encontraba solo en una montaña. Luego que Moisés descendiera de aquellas cumbres con los Diez Mandamientos, ni la nación hebrea ni el mundo entero volvieron a ser los mismos. El sermón más aclamado de la Historia, el sermón del monte, lo predicó a un puñado de hombres de montaña el más ilustre montañero de todos, Jesús, quien finalmente escaló solo Su última montaña -el Monte Calvario, el Gólgota- para morir por los pecados del mundo. Ese fue un monte que sólo Él podía subir por todos nosotros... ¡pero lo logró! ¡Después de oír el sermón del monte, los discípulos de Jesús descendieron y transformaron el mundo! No volvieron a ser los mismos. ¿Qué los cambió a ellos que a la postre cambió el mundo? ¡Oír la voz de Dios comunicándoles verdades diametralmente opuestas a lo que se enseñaba en el valle! Allí decían: «Bienaventurados los romanos -los altivos y poderosos-. ¡Fíjate en lo que han logrado! Han conquistado el mundo.» Pero Jesús decía en la montaña justamente lo contrario: «Bienaventurados los pobres en espíritu [los humildes], ¡porque de ellos es el Reino de los Cielos!» (Mateo 5:3). Unos sencillos pescadores incultos escucharon de la boca de un carpintero enseñanzas que los harían mayores gobernantes que los césares de Roma. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mateo 5:6). La gente de la montaña tiene una hambre y sed de la Verdad que sólo Dios puede saciar. La gente de abajo, del valle, no ve más allá de sus narices. Son individuos satisfechos de sí mismos. Están llenos... y el Señor los envía vacíos (V. Lucas 1:53). «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8). En la montaña no hay contaminación. Tanto el agua como el aire son puros. La gente es limpia de corazón. Ve a Dios. La vida está en la montaña. Sal del valle. «Escapa al monte cual ave» (Salmo 11:1).

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