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miércoles, 9 de marzo de 2011

Fuego para hablar de Dios


Si hay algo que llama la atención de la gente y hace que preste oído a lo que decimos y se fije en lo que hacemos es el entusiasmo. La palabra entusiasmo viene del vocablo griego entheos, que significa literalmente Dios dentro. Por eso, la persona verdaderamente entusiasta es la que actúa y habla como si estuviera poseída por Dios. La Palabra de Dios nos dice: «Todo lo que esté en tu mano hacer, hazlo con todo empeño» (Eclesiastés 9:10, Versión Popular). También: «Esfuércense, no sean perezosos y sirvan al Señor con corazón ferviente» (Romanos 12:11, Versión Popular). La misma pasión arrolladora, la misma compasión irresistible que motivó a los apóstoles, los mártires y prácticamente a todo gran hombre o mujer de fe a lo largo de la Historia son las fuerzas que deben impulsar a todos los hijos de Dios en cada cosa que hagan y digan, y ante todo el que se cruce por su senda. El fervoroso apóstol Pablo lo resumió en las siguientes palabras célebres, que han brotado del corazón de todo auténtico cristiano en cada obra de bien que haya realizado, y por las que está dispuesto a dar la vida: «El amor de Cristo me apremia» (2 Corintios 5:14, Biblia de Jerusalén). Sean cuales fueren tus flaquezas en términos de aptitud, capacidad o incluso de recursos materiales, si obedeces la Palabra de Dios y dejas que Él viva en ti y por medio de ti para que en tu corazón arda Su amor, Él podrá servirse abundantemente de ti y convertirte en una bendición para mucha gente. ¡El entusiasta transforma el mundo! Siendo aún joven, el gran misionero y pionero David Livingstone tuvo que afrontar una importante decisión. Escribió en su diario: «He descubierto que no estoy dotado de ningún don intelectual extraordinario. Pero hoy mismo me he propuesto convertirme en un cristiano fuera de lo corriente.» Se propuso en su corazón entregarse de lleno al Señor y convertirse en un entusiasta de la verdad. ¡Y lo fue! Llegó a ser uno de los mayores misioneros de todos los tiempos. El célebre historiador Arnold Toynbee dijo: «La apatía sólo puede superarse mediante el entusiasmo, y éste sólo puede suscitarse con dos cosas: primero, un ideal que tome por asalto la imaginación; y segundo, un plan claro y comprensible para llevar dicho ideal a la práctica». ¿Qué ideal más noble puede haber que el de pregonar la salvación permanente y una vida celestial eterna a una humanidad perdida y agonizante que sucumbe sin ellas? ¿Y qué plan más claro puede haber que el que el propio Jesús entregó a Sus seguidores: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15)? Los cristianos debiéramos ser las personas más entusiastas del planeta. Pablo: otro idealista fogoso El apóstol Pablo fue otro de los grandes entusiastas de Dios. Ya antes de su conversión, dio grandes muestras de fervor, aunque con un ideal y un plan erróneos: era fanáticamente anticristiano. Pero en cuanto se convirtió, se volvió un entusiasta incondicional del bando de Dios. Al ver los demás su gran dedicación y entusiasmo por el Señor, ellos también se llenaron de fuego para predicar la Palabra de Dios. La obra que inició difundiría el cristianismo por todo el Imperio Romano. ¡No había poder capaz de apagar el entusiasmo de Pablo! Él mismo dice: «Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve azotes. Me golpearon con varas tres veces, me apedrearon una vez, naufragué tres veces, y pasé un día y una noche en alta mar. Mi vida ha sido un continuo viajar de una parte a otra, en peligros de ríos, en peligros de bandidos, en peligros de parte de mis compatriotas, en peligros de parte de los que no son judíos, en peligros en la ciudad, en peligros en el campo, en peligros en el mar, y en peligros de parte de falsos hermanos. He pasado muchos trabajos y fatigas, y muchas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado sin comer; he sufrido frío y desnudez.» (2 Corintios 11:24-27, NVI.) ¿Acaso se dejaba detener Pablo por dichas dificultades y obstáculos? ¡Ni hablar! No dejó de servir a Dios por muchas que fueran las penalidades o contrariedades con que se topara. No hay nada capaz de detener a un hombre que sirva a Dios con ardor. Seguirá adelante pase lo que pase, convencido de que está haciendo lo que debe por una causa justa y de que lo hace por Quien siempre posee la verdad. Para entusiasmarse por Dios ¿Cómo podemos obtener esa medida de entusiasmo, esa inspiración capaz de llenar a alguien de fuego y fervor por el Señor? ¡Por medio del Espíritu Santo de Dios! La Biblia dice: «Nuestro Dios es fuego consumidor» (Hebreos 12:29), y en repetidas ocasiones compara el Espíritu divino con un fuego o con llamas de fuego (V. Hechos 2:3,4; Apocalipsis 4:5 y Mateo 3:11). Si quieres ser, pues, un entusiasta del Señor, lleno de Su fogosa inspiración y ungimiento, no tienes más que orar pidiéndole que te llene con el poder de Su Espíritu Santo. Ten por seguro que lo hará. Alguien preguntó en cierta ocasión a un gran hombre de fe cuál era la clave de su éxito. Éste le respondió: «¡Me lleno de fuego predicando y el mundo acude a verme arder!» Para encender la llama en el corazón de otros Como cristianos, nuestro corazón debe estar tan lleno del amor de Jesús que queramos compartirlo abundantemente con los demás. Para demostrar a los demás que lo que tú tienes con Jesús es mejor que lo que ellos tienen sin Él, es preciso que te muestres lleno de vida y entusiasmo. ¿Por qué acudía la gente a escuchar a Jesús? Él hablaba desde el corazón, hablaba lo que le transmitía el Espíritu, y eso infundía vida y conmovía a los oyentes. No pretendía regalarles el oído, sino que les llegaba al corazón. Decía: «Las Palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63). Las palabras de los escribas y fariseos —los dirigentes religiosos de la época de Cristo— eran muy cultas, pero áridas e inertes. No hacían más que inducir al sopor. ¿Por qué? Porque ellos únicamente decían lo que les salía de la cabeza. Ahí está la diferencia. No puedes encender la llama en el corazón de alguien a menos que esté ardiendo en el tuyo. William Booth —fervoroso predicador que dio inicio al Ejército de Salvación— afirmó cierta vez: «A menos que me dedique a salvar las almas de los hombres con una energía y un celo rayanos en la locura, nadie me prestará atención, y menos creerá en lo que digo o se beneficiará de ello». Naturalmente, no solo debemos ser entusiastas al predicar y presentar el Evangelio a los demás, sino en todo lo que hacemos. Cualquier tarea que abordemos, dice la Biblia que debemos hacerla «de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Colosenses 3:23). Todo lo que hagas —aun las tareas más nimias— puedes emprenderlo con alegría, inspiración y entusiasmo. Si pides al Señor que te inspire, te dará esa chispa divina proveniente de Su Espíritu que convertirá en gozosa toda labor que inicies. Llenémonos de fuego por Dios orando con fervor y leyendo fielmente Su Palabra. Pidámosle que Su Espíritu nos comunique la visión de las grandes cosas que quiere obrar por medio de nosotros. Luego hagamos lo que nos corresponde: entregarnos con pasión a cada cosa que nos pida que hagamos por Él y por los demás. ¡Vamos, pongamos el mundo a arder por Dios y alumbremos los corazones de los hombres de todo lugar!

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